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ALEJANDRO LOPEZ gravitación de la ausencia - 2023 En una de las primeras etapas de nuestras vidas solemos mirar las cosas con atención suficiente como para reconocerlas. Más adelante les endilgamos el nombre que nos dicen que tienen, lo pronunciamos, fijamos la palabra a la cosa y la cosa se hace parte de nuestro mundo físico y de un intrincado sistema lingüístico que nos permite dar constancia de su existencia en relación a la nuestra. En este sistema de palabras todo parece inalterable. Pero (como ese río al que nunca volveremos) las cosas del mundo nunca se recuperan porque el tiempo es un escultor esmerado y paciente capaz de modificar todo lo que dejamos de atender en cuanto hemos mirado hacia otro lado. Tal vez por eso (por esos cambios que sabemos que produce el tiempo), solemos preguntarnos e insistir en adivinar el futuro. Y para deducir el futuro repasamos el pasado. Como si aquello que recordamos que las cosas fueron, pudiera darnos indicios concretos para concluir en lo que serán. Y ese futuro que suponemos, se convierte en una posibilidad tan poco consistente e improbable que termina por perturbarnos y sumirnos en la incertidumbre porque el pasado no es lo que recordamos. Gravitación de la ausencia, de Alejandro López, es la contracción de una serie de procedimientos planificados para esquivar el olvido y las averías del tiempo. La porfía conduce al artista a programar acciones que, por el solo hecho de sabernos condicionados (y particularmente mortales), nunca llegan a aproximarse lo suficiente como para arribar a la certeza, la exactitud o la inalterabilidad de las cosas. Ante tales circunstancias, es la insistencia y la poética del intento lo que rebasa y cala: cada acción, cada gesto, cada trazo se manifiestan como causantes de otra pequeña grieta sobre el relieve de una vieja cicatriz. ¿Cuánto pesa un recuerdo? ¿Cuántas formas adquiere en el tiempo? ¿Qué nos mueve hacia el olvido? ¿Qué nos devuelve a los instantes? ¿Qué sucede con el alma de las cosas? ¿Qué fenómenos nos sujetan al mundo? Los interrogantes orbitan en sentidos y velocidades dispares. Como estas obras propuestas por López en las que el trazo de una carbonilla configura un calco, el objetivo de una cámara pretende fijar las estrías del suelo o los huecos que ha dejado el peso de una piedra, y el dibujo de un paisaje fragmentado se revela bajo un gesto austero, preciso y sensible.  Las respuestas que puedan sobrevenir bajo el flujo esencial de estas piezas, serán tan oscilantes como aquellos interrogantes  ​ porque el recuerdo es siempre un relato inexacto. Javier Soria Vazquez Tucumán, junio 2023

BLANCA MACHUCA elogio al jardin - 2021 Puedo imaginarla sentada en la quietud del taller. Puedo imaginarla parada en el pasto, detenida en la contemplación de cielos cambiantes o en el ritmo lento del crecimiento de las plantas. En el jardín el tiempo es más lento, no hay prisa…dice Blanca Machuca y puedo imaginarlo. Con la misma coherencia de sus trabajos anteriores las obras actuales recuperan los temas que siempre le interesaron: la mujer (las mujeres), la tierra, la memoria o la recuperación de tradiciones regionales. Pero todo aparece hoy como rodeado por el silencio de un tiempo suspendido. Un tiempo que agudizó la percepción e impuso su no-tiempo. Las pinturas de Machuca evocan su tránsito por el jardín, la contemplación detenida de un trozo de cielo interceptado por una flor o una rama, un cielo caído sobre la hierba, los pies anclados (enraizados) en la tierra. Una tela prístina, recupera, quizás con la misma parsimonia, el deambular lánguido de las fases lunares y los bordados atrapan secretos cristales, talismán necesario más que nunca. La artista despliega así un entramado amoroso de contención construido con trazos, incrustaciones, hilos. Puedo imaginarla abrazada por la calma del jardín, sanándonos. Puedo imaginarnos, extasiados, frente a sus entrañables objetos artísticos. María Teresa Constantin Miembro de la Asociación Argentina de Críticos de Arte

ENRIQUE SALVATIERRA por qué el tiempo de los luceros quedó fuera de vosotros - 2022 Es extraño iniciar este texto cuando todas las preguntas parecen haber sido respondidas en otros momentos y hasta en otras vidas. Pero lo más extraño sucede cuando esas respuestas no pueden enunciarse (ni siquiera mediante palabras idénticas) porque han sido sofocadas por un sentimiento de fascinación. Desde el centro de este círculo de fuego perenne, me resulta complejo desplazarme para tomar distancia de las piezas que esas manos han acuñado. Sin embargo, aunque no lograra recordar las palabras, tengo la gracia de poder oír aún su voz (con esa resonancia plácida) capaz de entretejer oraciones que se acomodan para subvertir cualquier suposición. Enrique transita el arte en un sentido espiral. En una línea interminable como los trazos sobre aquellas piedras de su infancia. Su historia deriva entre la vastedad de recuerdos, el deseo de comunión y comunicación con el mundo y su capacidad para redimir y concederle un sonido a aquellas cosas olvidadas, porque aún conserva la curiosidad y el deslumbramiento sobre las formas como si las estuviese observando por primera vez. Si. Es esto lo que confiere a sus obras ese don único y cegador. Pero también es la tierra que Enrique habita con aquel aire diáfano y azul intenso, y con ese suelo dadivoso de árboles añejos que se dejan morir para arribar a sus manos, transformarse y perpetuar. Son esas otras formas y esas otras vidas que Enrique les inventa con dedicación, finura y empeño, las que devienen en este paisaje complejo antes inimaginable. Piedras, hongos y pencales que fueron raíces, leños o un algarrobo ardiente, se disponen en este suelo ajeno con intenciones urdidas desde un tiempo inabarcable. Si hacemos silencio, es posible percibir la nostalgia de los restos, dice posando los ojos en un cielo que no es el que conocemos. (Mientras declama, recorre con la yema de un dedo la huella que la lluvia ha trazado sobre una laja). Una línea infinita, susurra. El río es una línea infinita. Javier Soria Vazquez San Miguel de Tucumán, junio 2022

JAVIER SORIA VAZQUEZ algo sobre la noche - 2024 Sobre la expo -que no vi- de Soria Vázquez en Biomba. Hace unos días inauguró una exposición de Javier Soria Vázquez que no pude ver en vivo, sino a través de fotos, en coincidencia con la inauguración de Biomba Galería. Algo sobre la noche. Siento que el negro por sí sólo, en sí mismo, no refiere a la noche. Ni el negro ni la sombra. El negro de la noche tiene matices, es el claroscuro perfecto, el degradé, la transición. La noche es oscura, pero amarillenta. En este sentido, se distancia del negro plano -o de los planos negros- que veo en las pinturas de la exposición. La noche es profundidad, no geometría. La noche es una hondonada escalofriante. No es plana, no es lineal, no es recta. La noche no es la geometría porque es el contorno difuso de las cosas. En cualquier caso, el negro habla sobre la oscuridad, y la oscuridad puede hablar sobre la noche. Pero negro y noche no se deducen tan directamente. La ausencia de luz no habla de la noche, y las formas tampoco, porque el espacio de la noche, al contrario de las formas, es irreductible. Sin embargo, hay una confluencia: el algo sobre la noche refiere a un algo sobre la pintura. La noche derramándose sobre la pintura: pintar de noche para conocer la noche. La descripción que el artista hace del acto de pintar bien podría trasladarse a la descripción de los movimientos necesarios para desplazarse en la oscuridad: movimientos perfectos, gestos sutiles, decisiones rigurosas, miradas refinadas y templanza. Si hay un vínculo entre la noche y las geometrías negras de Soria Vázquez, ese vínculo está dado por un instante de claridad. Es decir, la claridad de la noche y la precisión de la geometría. Rocío Valdivieso

LULU LOBO umbral - 2023 UmbraL Hay en la lexicografía un fenómeno que procede de la inexactitud al que llaman mot fantôme. Una palabra fantasma es aquella que, por error de impresión, de lectura o de interpretación, deviene en un espejismo. ¿Qué es entonces aquel espejismo, sino una nueva y extraña forma que deriva de la franca intención de lo que se pretendía? Lulú Lobo explora en las oquedades de una práctica secular y estricta seducida por su exuberancia y copiosidad. Fascinada por las posibilidades infinitas resultantes de una matriz, replica movimientos y gestos que cobran forma y se expanden como geometrías nebulosas que hacen de la inexactitud y el error, un factor precioso y fundamental. Javier Soria Vázquez

RICARDO ABELLA la danza ¿que es un cuerpo_ _ - 2019 La danza. ¿Qué es un cuerpo? Muestra en El Taller del Artista Ricardo Abella Mayo 2019. Griselda Barale Ricardo Abella al ponerle nombre a su exposición nos permite pensar que al dibujar la danza se encontró con la pregunta ¿Qué es un cuerpo? No sabemos que fue primero, si el cuerpo o la danza, quizá él tampoco lo sabe y no importa, lo único que importa que aun sin título esta muestra afirma la danza y se interroga por el cuerpo. La Filosofía ha contestado esta pregunta sobre el cuerpo y se ha referido a la danza de muchas maneras y, seguramente lo seguirá haciendo; ha considerado el cuerpo un material deleznable, carente de valor, menos que el hierro y el oro; testimonio de la culpabilidad del alma; carente de preciosidad, ni cristal transparente ni duro diamante sino lo opaco, mera tierra o polvo; imagen misma de la disolución, de lo efímero y vil; tumba del alma para Platón; res extensa para Descartes, un junco que piensa para Pascal; concepciones éstas vinculadas a lo ético, religioso y gnoseológico, el cuerpo como instrumento u órgano del alma divina o racional. Por otro lado, la humanidad frente a la realidad externa, hostil y peligrosa, tecnificó el cuerpo, lo convirtió en su primer instrumento, en resistencia y, quizá, desde allí sólo pudo pensar el cuerpo como peso, como densidad o fuerza de choque, un ideal de fuerza pero que no escapa a la corruptibilidad, degradación insoportable cuyo efecto es el enterramiento ritual. Sin embargo hombres y mujeres nunca abandonan el sueño de un cuerpo de liviandad y ligereza, sueño que atraviesa hasta los más altos momentos de estas concepciones negativas, de allí el vuelo del ángel cuyo cuerpo -que sin duda lo tiene – es materia que extrañamente ocupa un lugar sin peso alguno; cuerpo efímero y radiante el de esos ángeles que vienen a la vida para cantarle a Dios y, luego de un canto fugaz, mueren... desaparecen. Y como ángeles pero mucho antes de la invención de los ángeles, hombres y mujeres danzan y al hacerlo contradicen con firmeza, sin pausa ni palabras esa idea de pesantez y opacidad hasta hoy. Es así que cuando un filósofo - Nietzsche- quiere rescatar el cuerpo y con ello la vida misma de su naufragio en la racionalidad socrático-platónica y el pecado cristiano recurre a la danza, como metáfora de un nuevo modo de pensar, el pensar ligero, el pensar del artista que está siempre más acá o más allá de la verdad; el pensar alegre del que le dice sí a la vida que es el cuerpo finito; el pensar sin solemnidad jugando como el niño, volando como el pájaro. Este filósofo que sabe, antes que todos, que ha muerto Dios y que lo han matado los hombres en el más tremendo horrendo y sublime gesto, sólo puede imaginarse un Dios danzante. El Dios danzante es previo y posterior al de la Palabra, al de la Verdad; el Dios danzante es de la Vida en eterno devenir. Por su parte Paul Valery el poeta filósofo o el filósofo poeta aquí y allá, en conferencias o ensayos se detiene también en la danza y con total ironía hace que el mismísimo Sócrates quede pasmado, ante una danzarina, llamada Acticté. Pero más aun, le hace decir a Sócrates en estos apócrifos Dialogos Socráticos: “¿Conoces, Erixímaco algún remedio específico (…) para este mal entre los males, ese veneno de los venenos (…) que se llama el hastío de vivir?” y más adelante “...la claridad excesiva del conocimiento rigurosamente racional origina ese hastío. Contra el estado de fría reflexión intelectual no existe ningún remedio natural, pero sí una actividad opuesta: la danza” (…) “ el danzarín cesa de ser claro para tornarse leve”. Valery por boca del filósofo racionalista por antonomasia nos hace imaginar y desear otra existencia distinta a ésta de la gravedad. Abella contribuye enfáticamente con sus bailarinas a que nos permitamos pensar, imaginar y desear el cuerpo capaz de levedad, sin dejar de suponer que algunos están encerrados en una pesantez imposible de superar. Abella sueña y en el sueño de liviandad regresa a la infancia cuando aquí, en esta casa que hoy es El Taller, había una escuela de danza. Él la conoció por eso su muestra es archivo; el archivo, que según Derridá, es auxiliar de la memoria que lucha contra la “pulsión de muerte” freudiana que nos arrastra al olvido. Sin duda las bailarinas, los rostros, los objetos de transparencia doble son hoy, aquí, el achivo de El Taller. Pero hay otro archivo: los lápices de colores, y el fantasmagórico lápiz blanco de la caja de lápices de colores que llevábamos a la escuela y que rara vez usábamos porque no había dónde, pues sólo a veces había papel negro. Los lápices de colores que en manos de Abella rescatan del olvido y, exquisitamente, la pulsión de dibujar.

UN CONTINENTE 2024 Hay quienes promueven un arte que supura. Un arte que emprende todas las travesías. Un arte que comprende todas las formas. Un arte que se expande como el humo que emanan los motores. Un arte que se desprende de un objeto que podría ser cualquier objeto, pero nunca. Un arte que busca apostatar. Que exuda. Que se contrae para acometer Que confronta con el mundo que hasta ahora conocimos. Que se enuncia como se enuncian los mitos. Que insiste en buscar donde nadie busca. Que elabora teorías ahormables para y por otros. Un arte que desentiende. Que se sacude y aflora. Hay un nido. Un punto que es referencia entre un adentro y las afueras. Un espacio cóncavo pretendiendo suficiencia. Un paraje. Un volcán avizor. Un pedregón caído de un cielo implacable y crepitante. Un sitio especifico que ampara el anhelo de quienes promueven un arte que supura. Hay un terruño. Un continente. El más pequeño y el más deseante. Un islote que se expande cauteloso bajo el nivel de un mar furibundo y azul. Hay un cuadrilátero. Un refugio. Un recodo breve en el que caben todos los mundos.

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